EL VENDEDOR DE MILAGROS

Un traje gris de alto diseño, un bigote bien trazado y una pregunta sin respuesta: ¿Qué vende un hombre tan pulcro y enigmático que solo una luz cegadora delata su negocio?

CUENTOS

Margoth Parra Villa

4/17/19934 min leer

white concrete building during daytime
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Pasó por el frente de mi casa. Yo lo vi. Él a mí, no.

Estaba atendiendo la puerta de una casa de la hilera del andén contrario.

Él era serio, alto. Mucho garbo, bigote bien trazado, cabello negro cuya línea dibujaba milimétricamente cada ángulo contornal de su cabeza. La piel un poco curtida y con juguetonas pecas saltarinas, le daba un contraste extraño como de marinero equivocado de lugar.

Su traje gris de alto diseño y su escaso color blanco níveo de camisa que sobresalía, dejaba esa perdida forma de planchar: cuello y puños tiesos, blancos, regios; el conjunto era armonioso…extraordinario… Pensé: “Hace años no he visto un vendedor tan pulcra y elegantemente vestido… ¿Qué venderá?

Poco he fisgoneado lo que hacen otras personas, pero la situación que observaba no quería pasar desapercibida, se paró ahí frente a mi retina que inmediatamente empezó a masticar detalle por detalle.

El personaje que traigo a colación, bien particular por cierto fue atravesando la puerta abierta de enfrente a mi casa, fue mandado a seguir por mi vecina, quien con una sonrisa más ancha que el océano, cerró la puerta tras de sí.

Que extraño…Que extraño… Mi vecina sonríe, y su sonrisa es amplia y deja ver una hilera de dientes iguales y amarillentos. Las volutas de su cigarro se quedaron afuera conmigo… La puerta erguida, en silencio, enigmática y burlona.

Aún me quedé allí no sé cuánto tiempo con la mirada fija en esa puerta metálica con columna estrecha en el centro, de vidrio cuadriculado. Las volutas del cigarro se metieron por las hendiduras de la puerta… yo, físicamente no lo pude hacer, aunque confieso que me sobró deseo. Que extraño. Yo parado ahí casi sin respiración, involucrado en hechos ajenos (aparentemente) a mí y a mis intereses… ¿Qué fuerza poderosa me tenía clavado al piso con los ojos quietos y la mente revuelta?

De pronto, espabilé. ¿Qué es aquello, Dios santo? Una fuerte luz amarilla danzaba allí adentro, se vislumbraba a través del vidrio…La luz temblaba como yo…Solo fueron segundos pero lograron cegarme y tuve que emplear mis manos sudorosas para frotarme los ojos, quedando un buen rato viendo estrellitas minúsculas…

¿Qué harán?

¿Qué aparato venderá aquel enigmático ser’

La puerta se abrió, mi vecina y el caballero se estrecharon las manos y se dieron beso cálido en la mejilla… ¿Cómo, mi vecina sabe besar, y sonreír? Que gran descubrimiento.

El caballero en mención recorrió con seguridad el corto trecho entre la puerta de mi vecina y la puerta de la siguiente casa que es la vecina de mi vecina. Ésta se abrió sin él tocar siquiera, ni siquiera había hecho el ademán. Salió una niña de cabellos ondulados y sueltos, vestido color azul con cargaderas, dos dientes grandulones y los otros muy pequeñitos, ojos negros grandes que alumbraban como faroles lanzando chispas de inocencia.

Extrovertida la mujer en miniatura, le estiró un delgado brazo morenito y escuché aun cuando le dijo con tanto gusto: “Me llamo Marcela, pase”. El caballero asido de la mano de la niña se perdió por la boca abierta de aquella puerta sencilla de madera, que automáticamente se cerró tras él.

Pasaron algunos minutos, yo seguía parado como estatua, como si una fuerza superior me detuviera. Mi cerebro obnubilado no entendía nada, solo percibía aquella luz que salía delatora por las grietas.

Me entré de un golpe seco que me lanzó a la primera silla que había en la ancha sala. No pensaba, solo veía un reflejo intermitente e incandescente cuando de pronto cual muñeco manejado por hilos fui directo a la puerta y descorrí el cerrojo. Allí estaba, parado sobre sus 190 centímetros, con su traje planchado desde todos los siglos, en su mano izquierda colgando un bolso negro y en su diestra, mi dirección…

“Soy el vendedor de milagros”

Entré completamente hechizado. Nos sentamos y con una mirada sin matices dijo: Éstos ocurren en los corazones que se resisten a la maldad, ellos existen y se abren contentos y sin recelo…Te he visto hace mucho reflexionando y deseando fe. Así pues no la desees, solamente poséela, déjala que habite dentro de ti y te inunde y te domine. Solo aquel que se deje dominar por la fe podrá dominar sobre todas las cosas terrenales, solo aquel que tenga fe verdadera, no morirá para siempre. Solo los seres que quieren, reciben el milagro, yo se los vendo y todo lo bueno es costoso.

Los que compran son muchos, aunque no lo admiten públicamente porque están confundidos o camuflados con máscaras de desdén, de embriaguez, misterio, amargura, banalidad o sufrimiento. Pueden estar entre máscaras de mutismo o inocencia. Aunque, escucha bien: solo hay un ser que puede juzgar a personas o a cosas, él solo tiene derecho de salvar o condenar. Lo demás no cuenta siempre y cuando termine tu libre albedrío donde empiece el de tu semejante.

Habla ahora, ¿Dime que milagro compras? Sé que te interesa por lo menos uno.

Ya estás preparado, por favor observa a tu alrededor la incandescencia de tu deseo y de tu fe. Dispón la orden

Vacilaba…

Sudaba y no encontraba que pedir a aquel ser tan seguro, bien vestido, y de mirada tan severa…Vacilé hasta que por fin me decidí…

“Yo quiero respetar en cada ser humano: Su condición sexual, ideología, religión, raza, quiero respetar hasta con el pensamiento y no cegarle la oportunidad ni su derecho con la ardiente espada de la suspicacia o la mordacidad, deseo no censurarlo, ni juzgarlo, por el contrario deseo armonía.

Ajá… Ceño arrugado…

La incandescencia se esfumó y volvió la luz día del meridiano. Yo ya no sudaba, mi pulso se tornó normal y pude mirarlo sin recelo, aunque lo vi muy preocupado. Al cabo de un rato dijo; “Deseas la muerte”

Ya no escuché su voz, ni sudaba. El caballero enigmático se esfumó como las volutas del cigarrillo de mi vecina a la que vi reír con dientes parejos y amarillentos por última vez.

La luz se filtró por las grietas de mi puerta escapando hacia el exterior buscando un milagro y a su vendedor…